lunes, 3 de mayo de 2010

Francisco Pacheco y los Tratadistas morales del siglo XVII


Para comprender el arte español del siglo XVII podemos servirnos de varias fuentes primarias realizadas por los tratadistas españoles de ese mismo siglo, en los que se ve claramente la influencia de las normas artísticas de Trento.
Con la llegada de la Contrarreforma la religión pasó a ser mucho más introspectiva, una religiosidad más honesta. Surgieron varias criticas a la riqueza de la Iglesia que provocaron un profundo cambio, en el que se realizaron varias reformas en sus costumbres y cánones. En lo que se refiere al arte, esto le afecto de forma directa. Se creó un arte mucho más decoroso y más contenido, se definieron unos objetivos concretos del arte y un manifiesto del carácter de la imagen religiosa siguiendo unos dogmas, valores y preceptos. Se concreta la teoría de la imagen de la Edad Media, en la que la imagen debía servir como medio para el culto. Para los protestantes era más valiosa la palabra que la imagen.
En este contexto, los artistas se hacen muy doctos en materia religiosa, como es el caso del pintor y tratadista de arte Francisco Pacheco (1564-1644), que llegó a ocupar el cargo de inquisidor encargado de examinar las nuevas imágenes religiosas que se iban realizando. Esto nos lleva al análisis de un fragmento extraído de su tratado El Arte de la Pintura, en concreto del Libro I y II, que resultan interesantes, como fuente primaria, para conocer y llegar a entender la pintura que se realizaba en el siglo XVII. Este tratado realizado en 1638 y publicado en 1649, nos muestra la mentalidad de este personaje muy unido a los preceptos del Concilio de Trento. A raíz de este concilio se establecieron unos objetivos que debía cumplir estrictamente el arte, en concreto el religioso; debía tener un fin didáctico-moral, el artista debía cuidar la verdad y el decoro, es decir, debía ajustarse a los dogmas y al modo en que debían presentarse, lo secular y lo profano debía eliminarse del arte religioso, así como los desnudos, y el artista debía llevar una vida honesta y documentarse antes de realizar cualquier obra. Esta rigidez de las normas aumentó en España, y debido a esto, las únicas innovaciones que se podían realizar en el arte eran las técnicas. Siguiendo estas normas, Pacheco llevó una vida religiosa hasta convertirse en censor de imágenes, con mucha influencia en la Inquisición, por lo que podemos deducir que era una figura importante en Sevilla. Además de la Inquisición, se vio fuertemente influenciado por el tratado del jesuita Diego Meléndez. Entre sus influencias también se encuentran los tratados Discurso en torno a las imágenes sagradas y profanas del cardenal Gabriel Paleotti, y el De Picturis et imaginibus sacris de Juan Molano. En ellos se tratan el valor e importancia de la imagen y las cuestiones del decoro, temas que tratara Pacheco en su tratado.


La poca libertad del artista estaba presente debido a los procesos inquisitoriales, por lo que cuando presentaban esta serie de tratados la autoridad de otros hombres doctos apoyaba sus discursos. La tradición era sinónimo de autoridad, por lo que la antigüedad de algo le daba más valor. En este sentido vemos como la Antigüedad Clásica era un elemento fundamental que daba autoridad, eso sí, siempre pasado por el filtro cristiano. Al mismo tiempo vuelve un gran culto a las reliquias, que resultaba otra vía para demostrar la veracidad de una iconografía o de una afirmación.
Así pues, Pacheco comienza hablando en el libro I de su tratado, El Arte de la Pintura, del ‘‘paragone’’ o la teoría del parangón, defendiendo en primer lugar a la pintura como arte y medio principal que servía como mejor vehiculo hacia Dios frente a la escultura. Para Pacheco, el dibujo es el máximo exponente para un artista, muy superior al color y a la escultura. En este punto cita el arte de Mantegna, por introducir unos perfiles muy marcados, característicos de su obra, para darle más importancia al dibujo; ya que, cuanto más esquemática sea una imagen, sin artificios, mejor será la manera de transmitir el concepto. También cita a Homero, por lo que nos da a entender su buen conocimiento y la autoridad de los clásicos, y su importancia en los estudios de aquella época. Más adelante también aparecen Galeno y Aristóteles por lo que conocía su clasificación de las artes, en las que la escultura necesitaba de la fuerza física lo que la hacia indigna, al contrario que la pintura.
Al continuar con el objetivo de la pintura, justifica el arte realista y naturalista, ya que la función principal es representar una idea, un concepto, el arte, en ese sentido, tiene la universalidad que no tiene la palabra. La idea esta más unida a la imagen que a la palabra, defiende así el enorme poder de la imagen, ya que en si misma transmite a la divinidad. Podemos decir que la imagen es un importante elemento de evangelización, es universal y por tanto llega a lo profundo del pensamiento de manera más inmediata.
Distingue el objetivo del pintor al pintar, y el objetivo de la pintura de buscar la verdad. Recoge así la doctrina de Aristóteles basándose en Carducho (pintor barroco, 1576-1638). El arte no debe representar las gracias y bienes del mundo, sino todo lo eterno, un fin mucho mayor y más excelente. En este aspecto, el pintor se convierte en una figura equivalente a la del predicador, ya que, a través de las imágenes puede orientar a las almas. Critica, en este sentido, a los pintores de su tiempo, incapaces, según él, de comprender estos preceptos y fines que debían llevar los artistas al arte.
‘‘Las imágenes son predicadores mudos, historia y escritura para los que ignoran y libros populares’’, así define Pacheco a la imagen. La pintura sagrada debe mover el ánimo, por ello se centra en representar en sus obras el sufrimiento físico de los santos y mártires.



Así, pasando ya al libro II, comienza hablando de las dos características de la imagen sagrada, impuestas tras el Concilio de Trento: la verdad y el decoro.
La verosimilitud en lo representado era algo crucial, pero en este sentido el decoro prima sobre la verdad porque será mejor para transmitir el dogma. La verdad de una historia debe acomodarse a la comprensión de los fieles.
Toda la fuerza del decoro consiste en no escandalizar ni desagradar, existe aquí una conveniencia de la obra en cuanto a las circunstancias. Él resume el decoro en tres partes, en la hermosura (la idealización), en el orden (disposición decorosa) y en el decente atavío (cubrir los desnudos). Le da mucha importancia al orden a la hora de pintar, para que los que vean la obra piensen que el hecho tuvo que suceder así y no de otra manera. Aquí vuelve a criticar a otro pintor, en este caso a Tiziano, por sus desnudos, debido al poder de la Inquisición, se aceptaba el desnudo pero sólo en ciertos temas, y siempre con decoro. En el caso de los desnudos, critica ferozmente el Juicio Final pintado por Miguel Ángel Buonarroti, por esas posturas artificiosas en los cuerpos humanos que tanto se dieron en el Renacimiento, olvidándose completamente del decoro. Así pues, Pacheco, a la hora de realizar un desnudo, establece unos parámetros que han de seguirse rigurosamente; los rostros y manos se tomarían de modelos de mujeres honestas, mientras que el resto del desnudo se tomaría como modelo cuadros antiguos, se trata entonces de una imitación de otra imitación.


Concluye el libro II alabando la perfección técnica del Juicio Final de Miguel Ángel, a pesar de criticarlo anteriormente, sus maravillosos escorzos y la sabiduría técnica que aportó a la pintura, a pesar de no haber satisfecho toda la modestia y decoro que pide la imagen religiosa.
Al realizar un análisis de este fragmento de Francisco Pacheco, podemos llegar a ver la importancia que tuvo su figura a la hora de establecer y proseguir los parámetros para el arte que había establecido el Concilio de Trento, y como él junto con otros tratadistas, contemporáneos y anteriores, marcaron prácticamente toda la pintura del siglo XVII en España.


Bibliografía ampliada

- Asensio, José María. Francisco Pacheco, sus obras artísticas y literarias :especialmente el libro de descripción de verdaderos retratos de ilustres y memorables varones, que dejó inédito : apuntes que podrán servir de introducción a este libro, si alguna vez llega a publicarse. Sevilla, 1867.

- Salort Pons, Salvador. Historia del Arte :Reflexiones sobre el arte de la pintura después del Concilio de Trento: "La copia de los pareceres" de Francisco de Braganza y Vicente Carducho, "braguetone" de Felipe IV. Madrid, 1998.

- Camón Aznar, José. La pintura española del siglo XVII. Madrid, Espasa-Calpe, 2006.

3 comentarios:

  1. Me gustaría saber de que fuente obtiene la frase de Pacheco "Las imágenes son predicadores mudos, historia y escritura para los que ignoran y libros populares"

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  2. Muy buena síntesis de lo que supuso la Contrarreforma, y las pautas del Concilio de Trento para Europa, y en nuestro caso, para España. Me dio ideas para incluir en un trabajo. Gracias! :)

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